Será quizas poque al caminar uno va dejando piedrecillas, como si fueran los restos calcáreos de uno mismo que se despedaza, se separa de la coraza que lo ata al mundo, a ver si algún día llega a ser libre.
Tambien puede ser que, como niño de cuento, vamos dejando una huella del camino recorrido, para, ojalá, no recorrerlo otra vez.
Pero creo que este no es mi caso, me he tropezado de nuevo con la misma piedra, y creo que no estoy preparada para ello.
Estoy en tiempo de sequía, hace un siglo que no cae una gota que me refrezque del sudor, del rostro de arcilla, inquiebrantable.
Porque llorar no me sirve de nada, en silencio, como una momia, reseca, marchita por dentro, pero enhiesta para lo demás, porque nadie me debe ver llorar, porque, en el fondo, nadie quiere verlo, nadie quiere cargar con los problemas de otros, y si ves a alguien que amas pasandolo mal, es bueno, una responsabilidad que sin querelo te echas a la mochila.
No, ya no puedo ser carga para nadie, mi amor propio no lo soportaría. Hace muchos años cometí el error de llevar mis sentimientos como un estandarte frente a mi, para que todo el mundo viera mi corazón al sol, no por vanagloriarme de mi valor, sino, simplemente porque aún no aprendía que hay ciertas cosas que se dicen y ciertas otras que se callan.
Ya aprendrí mi lección, a golpes, cuando los que creia mis amigos me reuían porque "era un problema" "un caso" ya no una amiga, ya no un caballero andante de armadura reluciente.
Por eso hoy, ya no me atrevo a pedir una mano, ya no podria reconocer frente a alguien, frente a unos ojos de vidrio que me escudriñan que lo estoy pasando mal, porque, hace tanto tiempo que no le pongo nombre a lo que siento que, ya no se, como se llama.
Y lo que no se nombra no existe, por eso, la marea continúa creciendo dentro, quizas un día me de el valor de nuevo para tomar una desición radical.
Por ahora, solo me queda aprender a nadar...de nuevo.